martes, 14 de junio de 2016

AUTODESESTIMADOS

Bea se sentó como muchas otras veces en la cafetería de la esquina, esa que estaba a veinte pasos de la facultad, a esperar a que se hiciera la hora para entrar a clase. Cogió un periódico y leyó por encima los titulares, no se veía capaz de entender una palabra de lo que decía el artículo completo.

   -¿Lo de siempre? –Preguntó la camarera.

   -Sólo un té verde, por favor –respondió ella.

Ya hacía un par de semanas que no se pedía lo de siempre. Un café y un croissant. Estaba gorda. Demasiado. Llegaba el verano y la celulitis de las piernas y de los brazos la acomplejarían una vez más. No podía permitirlo, no este año. El té verde eliminaba grasas y daba energía. No hacía falta el croissant, ni siquiera las tostadas que había estado tomando a lo largo de la semana pasada.
Su amiga Helena le acababa de escribir un mensaje: “Hola, ¿ya estás despierta? He visto a Mario pasar por la puerta de mi facultad. Ha preguntado por ti. Dice que no le contestas a los mensajes desde hace 3 días. ¿Te pasa algo, tía?”

Bea no contestó, y de hecho, leyó el mensaje  por error. No quería ser bombardeada con información innecesaria, ahora que se acercaba el fin de curso y tenía que concentrar todos sus esfuerzos en pasar holgadamente los exámenes. Cosa que no ocurriría, porque era imposible que ella entendiera una palabra. Claro, que ella era tonta, no como Helena, no como Mario, no como esos compañeros de clase que estudiaban de media dos horas diarias y luego llegaban al sobresaliente. Ella ni con cinco horas. No se concentraba. No podía. Por tanto, dedujo finalmente que era tonta, o muy inútil.

Vio pasar por delante de la puerta a chicas bastante delgadas, con tops por encima del ombligo y pantalones cortos que dejaban claro el hueco que tenían entre las piernas. También la pose contribuía.
Ella no tenía hueco entre las piernas y una copa C de pecho. Demasiado. La hacía gorda, no parecía elegante, no parecía fina. Mejor poco. Poco de todo. A fin de cuentas, la ropa que hay en las tiendas suele estar enfocada a la media de los cuerpos, ¿qué sentido tendría si no?

Entonces ella estaba gorda. Su endocrino le había comentado que sólo necesitaba perder 5 kilos para estar en su peso  ideal, pero qué sabría él. Él no la veía como se veía en el espejo todas las mañanas. Mejor 10, perder 10 kilos, por eso de tener un margen de error. Por si acaso engordaba otra vez.
Y si estaba gorda, y era tonta, y tenía ese horrible pelo encrespado color mandarina, ¿cómo le podría gustar a Mario? Qué bobada, por favor. Cómo se osó a pensar si quiera que tendría alguna oportunidad con él. Por eso no le contestaba a los mensajes. Sólo quería dejar que las cosas pasaran. Olvidarse de él. A ver si se cansaba de tenerle pena y dejaba de pretender ser su amigo.

Con todo lo que estaba pasando en casa, lo que le faltaba era tener más preocupaciones de las necesarias. Estaba sola con su madre, su tío en el hospital, enfados continuos. La tensión era continua.

Aquel verano, una vez aprobado todo a duras penas, Bea enfermó de anorexia. Tal vez fue su tabla de salvación. Tal vez ni siquiera fuera por el hecho de querer adelgazar, sino por todos los complejos, por toda esa falta de autoestima que pensó que supliría consiguiendo un cuerpo “decente”, o “lo suficientemente delgado” como para gustar físicamente a alguien en los tiempos que corren. Porque el físico era algo fácil de arreglar. Los problemas internos ya no tenían arreglo.

Se rodeó de malas compañías. Gente que la animaba a no comer, o a vomitarlo todo después. Gente que la sacaba de fiesta y le ofrecía sustancias de dudoso contenido. Cada vez iba más de compras y se gastaba los ahorros que tenía en ropa que enseñara más, sólo que cada vez había menos que enseñar.

Helena y Mario intentaban hacerla entrar en razón, pero ya no sabían qué hacer.

   -Ésta no eres tú –le dijo un día Mario, mientras tomaban café.

Bea se encogió de hombros, y respondió:

   -No había sido más yo en toda mi vida.

   -Yo creo que es todo lo contrario –le dijo su amigo-. Intentas agradar a todos pero a la única que tienes que agradar es a ti misma. Tus amigos vamos a estar apoyándote para salir de todo esto. Pero has de entender, que no puedes hacer cambiar las cosas por arte de magia: tienes que poner de tu parte. Quererte como eres es el comienzo de una vida feliz. Y con eso no me refiero al físico, Bea, sino a la parte interna de ti. Tú crees que no vales nada, pero yo te digo que vales, porque me encantas, pero me encantas tú, no esta Bea en la que te has convertido. Esta Bea se preocupa demasiado de lo que piensen los demás, cuando lo único que debería preocuparle es ser simplemente como es, al natural; no hace falta esconderse en un cuerpo delgado y pretender gustarle a todo el mundo, porque a quien no le has gustado siendo realmente como eres, no le vas a gustar ahora en serio, cuando ni siquiera te comportas como tú. Porque cuando te das pena a ti misma, le das pena a los demás, y esos no te quieren, Bea, no te confundas. La gente que te quiere es la que se empeña en sacarte de este bucle, y no porque sientan lástima, sino porque saben cómo eres y no quieren verte sufrir de esta manera. Las personas que te quieren, que te queremos, vamos a estar junto a ti, pase lo que pase, porque te hemos querido siempre y no vamos a dejar de hacerlo ahora; porque no queremos ir de salvadores, ni de abogados de las causas perdidas, precisamente porque te conocemos y sabemos que no eres ninguna causa perdida, que simplemente estás pasando por un bache. Quiérete, Bea. Porque no estás sola, nunca lo has estado y nunca lo vas a estar.

Al día siguiente, Bea desayunó media tostada. Le puso mantequilla light. Era un paso. Abrazó a su madre y le pidió perdón por todas las veces que le había gritado, por todo lo que la había hecho sufrir. Decidió ser fuerte, por ellos, por ella. Por ser feliz.

A día de hoy, Bea sigue teniendo problemas, a veces piensa en recaer, pero no lo hace porque está aprendiendo a ser fuerte, y valiente, y decidida. Estudia mucho y está comprobando que no es ninguna tonta. Si no le viene la talla 38 de pantalón, no le importa tanto probarse la 40. Pero a veces le sigue costando.

El pecho no volvió a ser el que era, porque cuando adelgazas tanto como ella, a veces es lo que pasa. Pero se conforma, y se levanta para mirarse al espejo y sonreírse, y decirse a sí misma lo guapa que es, por dentro y por fuera.

Sus amigos la apoyan, sabe que no tiene por qué pasar sola este mal trago. Ha dejado de necesitar reclamar atención en todo momento, porque ha descubierto que le gusta estar a solas con ella misma a veces, y de hecho, ha conseguido comprender que ninguno de sus amigos se va a ir de un día para otro. Tiene más seguridad en ella misma.

No tiene pareja, pero no le importa. Tampoco necesita gustarle a alguien en concreto para ser feliz.

A veces es difícil, pero Bea está superando día a día todos estos problemas. Bea vuelve a creer en ella, en su mente, en su alma, y el cuerpo, aunque lo cuide, ha pasado a un segundo plano. Porque, como decían los romanos: “mens sana in corpore sano”.

Para M.
Esta entrada está dedicada a todas aquellas personas que luchan cada día contra una autoestima baja, gente que por cualquier motivo, no ha tenido los alicientes suficientes en algún momento de sus vidas y se han hundido tanto que han dejado hasta de creer en ellos mismos. Pero en especial, a aquellas personas que sufren el problema de la anorexia a causa de esto.
Sois luchadores por naturaleza, no os dejéis vencer, ni por la enfermedad ni por el resto de adversidades, porque esta enfermedad sólo es la punta del iceberg de los verdaderos problemas que hay en vuestras vidas.
No os deis por vencidos, porque una mala época no os define como personas. Poco a poco iréis saliendo, y los que estamos a vuestro alrededor os daremos mucho cariño y mucho apoyo.

Porque, como alguien dijo hace tiempo: “dame un punto de apoyo y moveré el mundo”. Moved el mundo. Moved vuestro mundo hacia una dirección acertada. Nosotros estaremos siempre a vuestro lado.

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