Bea se sentó como muchas otras veces
en la cafetería de la esquina, esa que estaba a veinte pasos de la facultad, a
esperar a que se hiciera la hora para entrar a clase. Cogió un periódico y leyó
por encima los titulares, no se veía capaz de entender una palabra de lo que
decía el artículo completo.
-¿Lo de siempre? –Preguntó la camarera.
-Sólo un té verde, por favor –respondió ella.
Ya hacía un par de semanas que no se
pedía lo de siempre. Un café y un croissant. Estaba gorda. Demasiado. Llegaba
el verano y la celulitis de las piernas y de los brazos la acomplejarían una
vez más. No podía permitirlo, no este año. El té verde eliminaba grasas y daba
energía. No hacía falta el croissant, ni siquiera las tostadas que había estado
tomando a lo largo de la semana pasada.
Su amiga Helena le acababa de
escribir un mensaje: “Hola, ¿ya estás
despierta? He visto a Mario pasar por la puerta de mi facultad. Ha preguntado
por ti. Dice que no le contestas a los mensajes desde hace 3 días. ¿Te pasa
algo, tía?”
Bea no contestó, y de hecho, leyó el
mensaje por error. No quería ser
bombardeada con información innecesaria, ahora que se acercaba el fin de curso
y tenía que concentrar todos sus esfuerzos en pasar holgadamente los exámenes.
Cosa que no ocurriría, porque era imposible que ella entendiera una palabra.
Claro, que ella era tonta, no como Helena, no como Mario, no como esos compañeros
de clase que estudiaban de media dos horas diarias y luego llegaban al
sobresaliente. Ella ni con cinco horas. No se concentraba. No podía. Por tanto,
dedujo finalmente que era tonta, o muy inútil.
Vio pasar por delante de la puerta a
chicas bastante delgadas, con tops por encima del ombligo y pantalones cortos
que dejaban claro el hueco que tenían entre las piernas. También la pose
contribuía.
Ella no tenía hueco entre las piernas
y una copa C de pecho. Demasiado. La hacía gorda, no parecía elegante, no
parecía fina. Mejor poco. Poco de todo. A fin de cuentas, la ropa que hay en
las tiendas suele estar enfocada a la media de los cuerpos, ¿qué sentido
tendría si no?
Entonces ella estaba gorda. Su
endocrino le había comentado que sólo necesitaba perder 5 kilos para estar en
su peso ideal, pero qué sabría él. Él no
la veía como se veía en el espejo todas las mañanas. Mejor 10, perder 10 kilos,
por eso de tener un margen de error. Por si acaso engordaba otra vez.
Y si estaba gorda, y era tonta, y
tenía ese horrible pelo encrespado color mandarina, ¿cómo le podría gustar a
Mario? Qué bobada, por favor. Cómo se osó a pensar si quiera que tendría alguna
oportunidad con él. Por eso no le contestaba a los mensajes. Sólo quería dejar
que las cosas pasaran. Olvidarse de él. A ver si se cansaba de tenerle pena y
dejaba de pretender ser su amigo.
Con todo lo que estaba pasando en
casa, lo que le faltaba era tener más preocupaciones de las necesarias. Estaba
sola con su madre, su tío en el hospital, enfados continuos. La tensión era
continua.
Aquel verano, una vez aprobado todo a
duras penas, Bea enfermó de anorexia. Tal vez fue su tabla de salvación. Tal
vez ni siquiera fuera por el hecho de querer adelgazar, sino por todos los
complejos, por toda esa falta de autoestima que pensó que supliría consiguiendo
un cuerpo “decente”, o “lo suficientemente delgado” como para gustar
físicamente a alguien en los tiempos que corren. Porque el físico era algo
fácil de arreglar. Los problemas internos ya no tenían arreglo.
Se rodeó de malas compañías. Gente
que la animaba a no comer, o a vomitarlo todo después. Gente que la sacaba de
fiesta y le ofrecía sustancias de dudoso contenido. Cada vez iba más de compras
y se gastaba los ahorros que tenía en ropa que enseñara más, sólo que cada vez
había menos que enseñar.
Helena y Mario intentaban hacerla entrar en razón, pero ya no sabían qué hacer.
-Ésta no eres tú –le dijo un día Mario, mientras tomaban café.
Bea se encogió de hombros, y
respondió:
-No había sido más yo en toda mi vida.
-Yo creo que es todo lo contrario –le dijo su amigo-. Intentas agradar a
todos pero a la única que tienes que agradar es a ti misma. Tus amigos vamos a
estar apoyándote para salir de todo esto. Pero has de entender, que no puedes
hacer cambiar las cosas por arte de magia: tienes que poner de tu parte.
Quererte como eres es el comienzo de una vida feliz. Y con eso no me refiero al
físico, Bea, sino a la parte interna de ti. Tú crees que no vales nada, pero yo
te digo que vales, porque me encantas, pero me encantas tú, no esta Bea en la
que te has convertido. Esta Bea se preocupa demasiado de lo que piensen los
demás, cuando lo único que debería preocuparle es ser simplemente como es, al
natural; no hace falta esconderse en un cuerpo delgado y pretender gustarle a
todo el mundo, porque a quien no le has gustado siendo realmente como eres, no
le vas a gustar ahora en serio, cuando ni siquiera te comportas como tú. Porque
cuando te das pena a ti misma, le das pena a los demás, y esos no te quieren,
Bea, no te confundas. La gente que te quiere es la que se empeña en sacarte de
este bucle, y no porque sientan lástima, sino porque saben cómo eres y no
quieren verte sufrir de esta manera. Las personas que te quieren, que te
queremos, vamos a estar junto a ti, pase lo que pase, porque te hemos querido
siempre y no vamos a dejar de hacerlo ahora; porque no queremos ir de
salvadores, ni de abogados de las causas perdidas, precisamente porque te
conocemos y sabemos que no eres ninguna causa perdida, que simplemente estás
pasando por un bache. Quiérete, Bea. Porque no estás sola, nunca lo has estado
y nunca lo vas a estar.
Al día siguiente, Bea desayunó media
tostada. Le puso mantequilla light. Era un paso. Abrazó a su madre y le pidió
perdón por todas las veces que le había gritado, por todo lo que la había hecho
sufrir. Decidió ser fuerte, por ellos, por ella. Por ser feliz.
A día de hoy, Bea sigue teniendo
problemas, a veces piensa en recaer, pero no lo hace porque está aprendiendo a
ser fuerte, y valiente, y decidida. Estudia mucho y está comprobando que no es
ninguna tonta. Si no le viene la talla 38 de pantalón, no le importa tanto
probarse la 40. Pero a veces le sigue costando.
El pecho no volvió a ser el que era,
porque cuando adelgazas tanto como ella, a veces es lo que pasa. Pero se
conforma, y se levanta para mirarse al espejo y sonreírse, y decirse a sí misma
lo guapa que es, por dentro y por fuera.
Sus amigos la apoyan, sabe que no
tiene por qué pasar sola este mal trago. Ha dejado de necesitar reclamar
atención en todo momento, porque ha descubierto que le gusta estar a solas con
ella misma a veces, y de hecho, ha conseguido comprender que ninguno de sus amigos se va a ir de un día para
otro. Tiene más seguridad en ella misma.
No tiene pareja, pero no le importa.
Tampoco necesita gustarle a alguien en concreto para ser feliz.
A veces es difícil, pero Bea está
superando día a día todos estos problemas. Bea vuelve a creer en ella, en su
mente, en su alma, y el cuerpo, aunque lo cuide, ha pasado a un segundo plano.
Porque, como decían los romanos: “mens
sana in corpore sano”.
Para M.
Esta entrada está dedicada a todas aquellas personas que luchan cada día
contra una autoestima baja, gente que por cualquier motivo, no ha tenido los
alicientes suficientes en algún momento de sus vidas y se han hundido tanto que
han dejado hasta de creer en ellos mismos. Pero en especial, a aquellas
personas que sufren el problema de la anorexia a causa de esto.
Sois luchadores por naturaleza, no os dejéis vencer, ni por la enfermedad
ni por el resto de adversidades, porque esta enfermedad sólo es la punta del
iceberg de los verdaderos problemas que hay en vuestras vidas.
No os deis por vencidos, porque una mala época no os define como
personas. Poco a poco iréis saliendo, y los que estamos a vuestro alrededor os
daremos mucho cariño y mucho apoyo.
Porque, como alguien dijo hace tiempo: “dame un punto de apoyo y moveré
el mundo”. Moved el mundo. Moved vuestro mundo hacia una dirección acertada.
Nosotros estaremos siempre a vuestro lado.
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